Prosigo con las caricias de forma lenta, bebiendo de los gemidos y los estremecimientos de placer que le provocaba; sus manos indagan en su piel y sus cicatrices mientras lo hace. De algún modo se las ingenia de que, pese a la naturaleza del acto, nada de lo que hace quede obsceno o decadente... sino bello, embriagado con una magia extraña.
No dice nada cuando le aparto, sino que deja que ahora actúe sin conectar la conexión entre las miradas, ni borra el apago de sonrisa que ahora no es solo enigmática, sino cómplice.
Cuando la coloca sobre mi respiración, ya de por sí acelerada, se incrementa, y su espalda se arquea levemente presa de un estremecimiento involuntario de deseo.
Entorna los ojos mientras jadea suavemente, alargando el momento de la unión... se ha creado un limbo extraño, uno que no es de este mundo, ella desea que perdure y languidezca para que no se extinga. El mundo ha desaparecido y aquel solo es el mundo de Oz, con el hada y el caballero como protagonistas. Si alguien pudiera ver ahora la escena probablemente quedaría embelesado, como si asistiera a alguna obra secreta …
Ladea la cabeza, de forma que el indomable cabello rojo, aderezado con hojas y pétalos de rosa, danza por su espalda y huye sinuoso por la curvatura de sus níveos pechos. De nuevo parece etérea, grácil, traviesa e insondable, todo a la vez, mientras explora con los dedos su pecho hasta su cuello y su mejilla, que acaricia suavemente.
El regalo... es mutuo, caballero - su dedo índice desciende por su rostro hasta su labio inferior, que entreabre para intrudicirlo lentamente, y en ningún momento dejo de mirarle;. Su sonrisa es dulce y casi desconcierta con sus siguientes palabras, arruyantes como un dulce ronroneo: - Sé mío... y yo seré tuya.
Se lleva el índice ahora a sus propios labios para saborearlo, como si con aquel gesto intercambiase ambas esencias. Y mientras lo hace, sin más, mueve suavemente las caderas y deja que él entre en ella, uniendo por fin ambos cuerpos.
De su garganta escapan gemidos entrecortados que a medias se transforman en gemidos pasionales, pero se mueve de forma lenta... muy lenta, tortuosa no solo para él sino para ella. Parpadea con los ojos nublados por el placer creciente y lento; una mano acaricia con los nudillos su brazo hasta entrelazarla con mis barozs , con curioso cariño, mientras la otra se entretiene acariciando su propio cuerpo y su cabello de fuego.
Me gusta, la sensación no sólo de sentirla mía si no también la de sentirme de ella, es una sensación curiosa que uno ha experimentado muchas veces, pero no con el matiz que tiene esto, tan...Extraño, idílico...
No hace falta leer mucho en ese mar eléctrico y chispeante que son sus iris para darme cuenta nos deseamos de sobremanera, pero queremos retardarlo tanto como podamos, que la magia continúe y el mundo parezca otro muy distinto a la mierda que en realidad es...
Entregándonos.
Entorna los ojos y entreabre los rojos labios aumentando la intensidad de sus jadeos, transformándolos en entrecortados gemidos que se acompasan con espasmos involuntarios. Siente demasiado cualquier sensación y lo demuestra el brillo intenso y ahora caótico, nublado, de sus ojos, que se esfuerzan por no perder visión ni raciocinio.
Arquea la espalda cuando se siente llegar al climax y cierra con fuerza los ojos, flexionando la cabeza hacia atrás. Sigue moviéndose lentamente, pero esta vez casi con torpeza, como si le costase contener la burbuja de excitación que aumenta con cada dulce embestida; pero tampoco deseemos que estalle aún... queremos que ese lugar mágico que hemos creado siga en pie en ese pequeño resquicio de eternidad.
Pero al final no podemos resistirlo y estallamos, más de una vez, sintiendo finalmente cómo nos unimos en esa explosión. Sus gemidos se transforman en pequeños gritos en ese instante y de forma involuntaria pega su pecho al mío, acurrucándose contra mi pecho y enterrando el rostro en su hombro. Se queda así largo rato, esclava de aquella pequeña muerte, temblando y jadeando mientras su cabello rojo se desperdiga a sus anchas por el mi cuerpo y su hermoso rostro.
Como una flor más de primavera habíamos despertado con los primeros rayos de sol. Sin embargo, no se había movido, sino que su cabello rojo lleno de hojas y pétalos de rosa parecía fusionarse a la perfección con la hierba, como ríos a la tierra. Igual que su cuerpo desnudo, descansado, níveo y envuelto solo por la suave brisa; la desnudez, a fin de cuentas, le hace sentir aún más cómoda... libre, por así decirlo.
Sus pardos ojos, recuperado ahora el velo sombrío del misterio sin rastro de delirio tortuoso, observa con cierta melancolía el cielo cada vez más anaranjado. Sonríe con cierta ironía y, quizá, un tinte amargo: su terreno son los sueños, el halo onírico de la noche, y sabe que al amanecer debemos partir.
Se incorpora sobre el codo, sigilosa y frágil, para observarme dormir. Ahora, el terciopelo argénteo de su piel y el brillo ígneo de su asalvajado cabello, parece una dríada de los bosques. Nadie puede verla, ni siquiera ella misma, pero lo sabe.
Durante su contemplación una expresión oscura arropa sus rasgos, resultando incluso inquietante, como una tormenta silenciosa y algo turbio que hace languidecer aquella aura lunar.
Y se acaricia con las yemas de los dedos el tatuaje dual de su vientre; la humanidad se empeña en verla como una especie de ángel, colmada de luz e inocencia.